En la industrialización de la edificación, por primera vez en su historia, existe una evolución que añade a la aportación tecnológica la no menos fundamental aportación metodológica.
Un proceso innovador en la construcción que se lleva a cabo por la totalidad de los diferentes partícipes, con un sentido práctico en busca de eficacia, seguridad, flexibilidad y sostenibilidad. Todos participan, todos se involucran, todos son imprescindibles.
Como ya aventuraron los profesores A. del Águila y J. Monjo, “…al fin hay un acercamiento de la industria a la arquitectura, a las necesidades reales de vivienda que la sociedad requiere, a aprovechar al máximo las tecnologías actuales dando preferencia a aquellas que precisen un menor gasto energético y de materias primas; y a posibilitar viviendas de coste contenido, sostenibles, y de mínima incidencia en la huella de carbono…”. Ha llegado el momento de garantizar que un sistema industrializado en nada tiene que ver con la “monotonía”, con la “pesadez arquitectónica” ni con la ausencia de una “plástica belleza”. Si un reloj, un coche o un traje alcanzan el pedestal del lujo y de lo bello, y se fabrican, asimismo, por procedimientos industrializados en serie, ¿por qué no va a merecer la misma consideración la arquitectura…?
No debemos confundir los procesos de industrialización con el concepto de prefabricación. Los elementos prefabricados son productos de construcción muy elaborados y completos, capaces de una puesta en obra rápida y simple, y mayoritariamente pensados para su ensamblaje y ajuste sin apenas operaciones de transformación. La industrialización es el campo de procedimientos y procesos que con la innovación tecnológica permiten acometer series mediante elementos compatibles, manteniendo la variedad necesaria para satisfacer diseños arquitectónicos diversos, que garanticen una riqueza expresiva y formal dentro de la racionalidad constructiva y de una notable economía de costes… Se entiende por industrialización, según el RIBA, “… la organización que aplica los mejores métodos y tecnologías al proceso integral de la demanda, diseño y fabricación, constituyendo en el ámbito de la edificación un estado de desarrollo de la producción que conlleva una mentalidad nueva y diferente…”.
El proceso de fabricar en factoría y montar en obra los componentes arquitectónicos contempla dos modelos distintos: el denominado “de prefabricación cerrada”, basado en sistemas completos que cierran el circulo en si mismo, pero con ciertas limitaciones en la “variedad” y en la “imagen”; y el denominado “de prefabricación abierta” o por componentes, que permite utilizar diversos elementos en torno a un montaje diferente en cada caso, más versátil, y con mayores posibilidades formales. Al primero se le denomina también “prefabricación por el método de modelos” y al segundo “prefabricación por el método de elementos”. Si bien, los dos son de sumo interés en el proceso constructivo de futuro, qué duda cabe que el método de elementos ofrece un campo de posibilidades mayor, y abre un camino hacia la diversidad arquitectónica con el mismo compromiso de economía, racionalidad y vanguardia que representan los procesos industriales donde pueden intercambiarse elementos para configurar un producto final diferente, en respuesta a las necesidades y a las aspiraciones que en cada caso se establezcan.
Los procesos industriales pues, que permiten prefabricar elementos para ensamblarlos después en la consecución de un producto final aplicados a la construcción, permitirán nuevos objetivos medioambientales con una evaluación minuciosa de sus economías, eficacias y resultados, de tal forma que, como bien señala el Profesor F. Mangado, esta industrialización de la construcción “…ha de inscribirse en el concepto más amplio de economía circular, habrá de adentrarse en el manejo de técnicas robóticas y de inteligencia artificial, exigirá una formación específica de técnicos y trabajadores y, sin duda, requerirá una ambiciosa transformación en las escuelas de arquitectura mediante el refuerzo del modelo politécnico, hoy muy diluido…”. La industrialización ha de ser un sinónimo de mejora arquitectónica; no puede suponer ni la disminución de la excelencia ni el menoscabo de las posibilidades creativas del arquitecto, y debe garantizar un alto componente social; con ahorro de costes que deberán trasladarse al usuario final, con mejoras notables en eficacia de los nuevos tipos de vivienda y, por supuesto, con una destacada orientación hacia el ahorro energético, la sostenibilidad ambiental, la reducción de la huella de carbono y la seguridad de los trabajadores toda vez que en factoría, donde se prefabrican los componentes se eliminan riesgos laborales, se mejora la calidad del producto, se controla al detalle su elaboración y se garantiza la precisión para su montaje final, sin sorpresas… El modo de enfocar el control de calidad en la industrialización de la construcción es a través de documento de idoneidad técnica (“DIT”) en un modelo de “jurisprudencia de la idoneidad”, cuyo fin final es el conseguir el máximo rigor científico y técnico como garantía última de un “producto bien hecho”.
Todo esto, obligatoriamente, pasa por establecer como condición previa, una Coordinación Modular y Dimensional dentro del factor de la racionalización que fije y relacione dimensiones, que establezca grados de compatibilidad y que garantice la normalización seriada capaz de permitir su puesta en obra, proporcionando la intercambiabilidad de componentes y fijando con precisión las tolerancias que habrán de permitirse. Es decir, como resulta prácticamente imposible lograr la total exactitud dimensional, es necesario fijar un sistema de tolerancias, ajustado y práctico, capaz de facilitar la intercambiabilidad de los componentes y su compatibilidad y ajuste, no solo en el proceso de fabricación, sino también en el de posición y montaje.
Desde la arquitectura griega, ya se contemplaban unidades de medida (entonces con el doble valor, estético y práctico), que buscaban la armonía y regular las proporciones de las dimensiones de cada edificio; con múltiples y notables referencias en todas las culturas (las proporciones utilizadas en la cultura egipcia, las dimensiones en la construcción oriental, las dimensiones en la construcción china, las proporciones de la tradición japonesa…), siendo de todos conocidas las proporciones aventuradas por Leonardo en su “sección aurea o divina proporción”, por Kepler, por Renard, por Neufert, …, o por el propio Le Corbusier en su Modulor. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Agencia Europea de Productividad (AEP) y el Grupo Internacional Modular (IMG) emprendieron de una manera formal y sistemática la búsqueda de un módulo base que, expresándose por un número entero, pudiera ser fácilmente utilizable por todos los países. El módulo básico se fijó en 10cms y se representa por la letra “M”, siendo el multi – modulo básico el de 3M y sobre él, son de muy fácil utilización los multimodulos 3M – 6M – 12M – 62M – 72M… Con esta estructura modular se mueven hoy todos los países occidentales y queda consensuada su versatilidad, su funcionalidad, y su conectividad… En definitiva, previo a los procesos de prefabricación en sistemas industrializados de construcción se encuentra la coordinación dimensional como base para conseguir productos seriables, intercambiables y conexos.
Este nuevo “modo de hacer” permite producir edificios más sostenibles, facilita el control para que sus materiales y sus procesos tengan un consumo energético casi nulo y se orientan para garantizar la descarbonización del sector de la construcción en el horizonte próximo del 2050. La construcción industrializada, con un proceso integrado sobre metodología BIM, permite el control de factores como eficiencia energética, emisiones, sostenibilidad ambiental e incluso medir y controlar la huella de carbono de un edificio desde el propio anteproyecto.
Julio Touza,
Arquitecto